¿Por qué España no volverá a tener Premio Nobel de Medicina?
Hace unas semanas estuve con mi mujer e hijo visitando Toledo. Otrora capital del imperio de Carlos I, Toledo cuenta con un conjunto arquitectónico por el que es considerada patrimonio de la humanidad, un patrimonio heredado de la convivencia durante siglos entre cristianos, judíos y musulmanes. Uno de esos rincones históricos son las termas romanas situadas en la plaza de Amador de los Ríos. Una vez dentro de las termas y dejando el mostrador a la derecha pueden verse unos grandes piedras rectangulares (denominadas sillares) de granito que servían de cimiento a una parte de las mismas. A pesar de no ser una invención de los romanos, la colocación de sillares apoyados convenientemente unos sobre otros sin utilizar ningún tipo de cemento, mortero o masa, confería gran estabilidad a muros y pilares. Esta técnica, conocida como opus quadratum, era utilizada por los romanos para dar muestra del poder de su imperio, y era tan sólida que aún hoy puede ser observada en infinidad de construcciones, de teatros a acueductos.
Algo así pero totalmente a la inversa parece ser el objetivo del ejecutivo español, empeñado en destruir cualquier tipo de intento de crear una sociedad basada en los sólidos cimientos del conocimiento. Y son precisamente estos denodados esfuerzos los que a mi modo de ver hace imposible que España cuente con un entorno adecuado para que el trabajo de sus científicos del dominio de ciencias de la vida sea meritorio de un Nobel de Medicina.
Me explico, hace unos días el gobierno publicaba los presupuestos generales para 2017, y un conocido medio de comunicación abría con este titular: “El presupuesto de I+D+I sube un 4,1%”. El mismo medio mostraba una gráfica en la que se representan los incrementos de las partidas de I+D+I desde 2014 (0,96%) hasta 2017 (1,8%). Esta noticia del incremento en la inversión de I+D+I año tras año después de la crisis económica, que aparentemente parece ser buena, esconde un hecho muy preocupante que es el continuo descenso en la partida dedicada a la investigación. Si se mira en detalle la inversión en investigación (la primera “I” de la fórmula I+D+I) puede verse como ésta desciende un 0,8% y pasa de los 720,7 millones de euros en 2016 a los 714,8 millones previstos.
Pero existe una segunda parte a tener en cuenta que son las ejecuciones presupuestarias, es decir cuánto dinero se invierte realmente de lo originalmente presupuestado. Pues resulta que gran parte de los fondos destinados a investigación ni siquiera llegan a ejecutarse, y así según los datos oficiales de la Intervención del Estado, la ejecución presupuestaría en 2015 fue del 60,6 %, muy lejos del 96,2 % alcanzado en 2003. Lo que quiere decir este dato, 60,6%, es que por cada 3 euros destinados a investigación uno no se gasta (en aras de la reducción del déficit público), y las proyecciones para 2016 indican que esta ejecución presupuestaria podría bajar al 50%.
Como no es oro todo lo que reluce, pero tampoco todo lo que reluce es oro, bajo esta aparente subida en el capítulo de I+D+I se esconden realmente muchos aspectos, entre los que se destaca el incremento de los préstamos a tipos bajos para empresas en detrimento de los fondos para investigación, para generar conocimiento y formar nuevos científicos. Es decir, no todo (más bien casi nada) es investigación dentro de la I+D+I.
Sin Nobel
No señores, con este panorama España no volverá a tener premios Nobel en Medicina. Y no es que la falta de interés de la clase política por la investigación sea cosa del actual ejecutivo, más bien se diría que es general a lo largo y ancho del espectro político. Situándose en un hipotético centro da igual a qué lado se mire, ningún partido apoya de manera clara un proyecto a largo plazo para invertir en un programa sostenible de generación de conocimiento científico.
Se podrían poner muchísimos ejemplos de cómo sociedades exitosas en ámbitos económicos y culturales construyeron sus cimientos sobre la generación de conocimiento, y de infinidad de países que actualmente invierten una parte sustancial de su producto interior bruto en investigación. La Doctora Margarita Salas comentaba en el transcurso de una entrevista algo así como “investigar consiste en descubrir cosas”. Es ese continuo “descubrimiento de cosas” lo que hacer avanzar nuestro conocimiento sobre fenómenos aparentemente sin importancia, pero que nos proporcionan las bases para desarrollar tecnologías tan importantes como la secuenciación de ADN, o el CRISPR-Cas9. Son acontecimientos que, al contrario de lo que impera en la sociedad actual, no son cortoplacistas y tardan décadas en arrojar beneficios, tal vez por eso no interese en España.
¿Cómo puede establecerse el sustrato para la generación de conocimiento científico a la vista de la falta de interés de nuestros políticos por la investigación? Pues de ninguna forma, y con el nivel de inversión en investigación de España, es improbable que en nuestro país puedan crearse los cimientos y el entorno adecuado para que uno de nuestros científicos contribuya de forma tan relevante al avance del conocimiento científico que sea reconocido con un Nobel en Medicina.
Este premio, otorgado anualmente por el Instituto Karolinska sueco, se otorga a científicos y médicos que sobresalen por su contribución en el campo de la fisiología o la medicina, y reconoce contribuciones científicas que han propiciado un avance relevante en la ciencia. En España tenemos dos premios Nobel en Medicina, uno fue Santiago Ramón y Cajal (1906) en por sus trabajos sobre la estructura del sistema nervioso, y el otro Severo Ochoa de Albornoz (1959) por sus aportaciones a la descripción de los mecanismos de los ácidos nucleicos (ADN y ARN).
Probablemente en España tengamos una excepción, que es la del Dr. Francis Mojica. Justamente este investigador me sirve como ejemplo de porqué la inversión en investigación puede dar sus frutos si se desarrollan las políticas a largo plazo que permita un entorno estable para que nuestros científicos se centren en la generación de conocimiento. Allá por 1993, el Dr. Mojica observó un hecho que le llamó la atención: se trataba de unas secuencias de ADN cortas, palindrómicas, repetidas y agrupadas a intervalos regulares (que él mismo bautizó como CRISPR) en el genoma de un microorganismo que ni les sonará: Haloferax mediterranei.
Sin saberlo, este descubrimiento sentaría las bases para lo que sin duda será una de las técnicas de edición genética más importante de nuestro siglo, el CRISPR-Cas9. Más adelante, en 2003, el Dr. Mojica postuló que estas secuencias podrían tratarse de una especie de sistema de sistema inmunológico adaptativo, pero a nadie en España pareció interesarle. La revista Cell, sin embargo, reconoció esta aportación en un artículo en el que se describía toda la historia de la técnica CRISPR-Cas9: el origen, la generación del conocimiento que posibilitó tal técnica estaba en Alicante, en el laboratorio del Dr. Mojica. Ni que decir tiene que, de haber contado con el apoyo estatal adecuado en forma de proyectos de investigación, el Dr. Mojica podría perfectamente haber desarrollado aplicaciones de su descubrimiento en vez de dejárselo casi en bandeja a grupos de investigación extranjeros con mejor financiación. Ya ven, el trabajo científico casi anónimo que hace 25 años no importaba a nadie es hoy la base de una tecnología que curará millones de personas. ¿Es o no es importante invertir en políticas de generación de conocimiento a largo plazo y no basadas en exiguos beneficios económicos cortoplacistas?
Lo estables que son nuestras construcciones, reales o metafóricas, cuando se hacen sobre los cimientos adecuados. Los romanos realizaban construcciones sobre sillares, sin ningún tipo de cemento, que han llegado intactos hasta nuestros días. De hecho los primeros asentamientos humanos también se construían sobre cimientos de piedra, y aún hoy en día estamos desenterrándolos intactos. En cambio nosotros hacemos muros de hormigón armado que se caen a los pocos años. Ya no es cuestión de si volveremos a tener Premio Nobel en Medicina o no, lo preocupante es que nuestra propia sociedad se vaya a derrumbar al estar sostenida por débiles muros basados en los beneficios a corto plazo propios de políticas neoliberales.
¿Qué ocurrirá cuando generar estos beneficios ya no sea posible? ¿A qué conocimientos recurriremos para efectuar nuevos desarrollos? A ninguno claro, no nos quedará otro remedio que seguir la estela de los avances que se produzcan en otros países o emigrar y no volver. En los EEUU, donde la llegada al gobierno de Donald Trump amenaza con reducir drásticamente los fondos en investigación, ya hay voces científicas relevantes que se están alzando y que están estudiando tomar cartas en el asunto y organizarse políticamente. Pues no sé, igual ha llegado la hora de hacer lo mismo en España, y de hecho la propia Dra. Salas se quejaba de la falta de presencia de científicos en la esfera política española.
Y para finalizar, ojalá me equivoque. Mi generación esperó muchos años a que la selección española de fútbol lograse pasar de cuartos en competiciones internacionales, tal vez las cosas cambien, se lleguen a consensuar políticas a largo plazo de apoyo a la investigación científica y así dentro de unos años podamos festejar la concesión de varios premios Nobel en Medicina, estaré encantado de retractarme.