Los libros de José Manuel (I)
José Manuel Sánchez Ron, físico e historiador, es uno de esos profesionales de la investigación que ha conseguido abundantes títulos, bandas, medallas, cargos y responsabilidades; los símbolos que tanto gustan a los trabajadores de la ciencia. Cuando yo le conocí, a principios de este siglo, era una persona amable y solícita, deseosa de hacer favores a cualquier cargo que se le cruzara. Desde entonces, le sigo con atención y, además parece que me sigue. Es de las personas que con más frecuencia me cruzo en la calle. La última vez que le vi fue en la Residencia de Estudiantes, su centro de acogida, donde siempre ha sido mecido y protegido por las sonrisas y componendas de sus gestores. Con arrogancia, despachaba ensoberbecido a un autor novel que se le acercó para pedirle ayuda para publicar en alguna de las editoriales, colecciones o comités donde Sánchez Ron hace y deshace.
El primer libro de Sánchez Ron que leí fue “Cincel, martillo y piedra” editado por Taurus en 1999, 468 páginas que luego, sin pretenderlo, he leído varias veces, cada vez que me acerco a José Manuel me da la impresión que lo vuelvo a leer. Esa obra aparece en otras suyas, con títulos diferentes. Sánchez Ron debe ser un entusiasta del método ruso de aprendizaje basado en la repetición.
El autor dice que el título “Cincel, martillo y piedra” surge de un poema de Machado, a mí me sugirió algo que utilicé en un papel que me encargaron sobre creatividad, aludiendo a la capacidad de Miguel Ángel de ver a Moisés en un bloque de piedra, antes de empezar a tallarlo, algo así debe sentir un investigador cuando hace una hipótesis. Del libro me llamo la atención el deseo de José Manuel al abordar ese trabajo: intentar comprender el porqué de los logros y las carencias de la ciencia en España, y hacerlo de forma integrada que ayude a cualquiera a intervenir en el control y promoción de la ciencia nacional.
Por aquel entonces, yo estaba en el grupo pionero en abordar una metodología para la promoción y desarrollo de Empresas Innovadoras de Base Tecnológica en España, algo que, de salida, causaba rechazo en el estamento más tradicional de la Academia, los sindicatos y la administración que no sabía cómo colocar una práctica común en Europa en su anquilosada reglamentación y que aquí exigía la autorización, nada menos, que del Consejo de ministros para hacer una empresa de esas. Pensé que un libro que decía contemplar a la ciencia como un elemento básico en cualquier proyecto básico de sociedad me iba a resultar de utilidad para construir argumentos en la multitud de presentaciones, encuentros y artículos que tenía que hacer para dar a conocer esa metodología. No fue así. La lectura de “Cincel, martillo y piedra” abundó en un estilo narrativo que yo llamo, páginas amarillas y, en mi opinión, se quedó en un catálogo medianamente completo de personajes y especialidades. Yo necesitaba una mirada que me ayudara a sortear la cohorte de profesionales que comandaban la ciencia nacional, ninguno de ellos investigadores de especiales reconocimientos, pero todos ellos defensores de sus estatus y prebendas, y atentos a eliminar cualquier cosa que les haga sombra. Sin embargo, obtuve una relación de biografías sin contexto, algo que expresamente el autor decía querer evitar, porque, en efecto, no hay biografía de interés sin cuestiones que las orienten y sostengan.
En 2020, Taurus le publica “El país de los sueños perdidos: historia de la ciencia en España”, una obra gigantesca para los tiempos que corren, de más de mil páginas, en la que salen retratados casi todos los españoles que han hecho de la búsqueda del conocimiento su profesión desde el Siglo VII. Con seguridad, la mayoría de los ahí retratados no sabían que estaban haciendo ciencia, la palabra científico se acuñó diez siglos más tarde. Da lo mismo, José Manuel parece pensar que la historia de la ciencia se desarrolla como una trama hecha de un solo hilo, al modo de las novelas policiacas y fiel a su estilo páginas amarillas, de nuevo nos presenta una extensa relación de personajes y de las instituciones en las que trabajaron. De hecho, a veces da la sensación que estamos en un libro que ya hemos leído. En “El país de los sueños perdidos” sí bosqueja con más profundidad el ambiente en el que se movieron los científicos y, en general, se lamenta de que muchos de los sueños perdidos por nuestros investigadores se quedaron en los interminables pasillos y despachos de altos vuelos, unas veces ocupados por la religión, otras por los sables y muy pocas por la democracia, de los que siempre procedían las tendencias centralistas y uniformadoras que caracterizan a la ciencia en España.
Más allá de lo anecdótico y saber que a Darwin le otorgaron el título de profesor en la Institución Libre de Enseñanza por la sencillez de sus leyes de las que hace depender la génesis y el progreso de la vida epitelúrica, Sánchez Ron muestra en este libro cierta preocupación por el papel de la producción de nuevos conocimientos científicos que, según él, conduce, o puede conducir, a la innovación y al desarrollo tecnológico, y con ello a la creación de riqueza. Y afirma que para acceder a ese capital tecnológico y económico es necesario vencer costumbres y prejuicios firmemente arraigados en los modos de entender la realidad profesional de los investigadores, pero también dedicar medios suficientes, continuados en el tiempo para que la formación de los científicos conduzca a resultados relevantes. También aquí José Manuel se queda corto, el avance científico es un tejido mucho más complejo que lo que plantea. Y se nutre no solo de lo público, también de lo privado y del entramado industrial donde se pretende desarrollar la investigación. Mi particular experiencia, después de haber trabajado con científicos más de veinte años, es que las costumbres y prejuicios fruto de lo que Sánchez Ron llama “realidad profesional” de los investigadores es la barrera más difícil de romper en esa relación entre lo público y lo privado en la que el conocimiento se estanca si no existe.
Las ideas y las teorías son fenómenos mentales, de modo que están relacionados inevitablemente con personas individuales. Pero hay también fenómenos sociales: cuando un conjunto de ideas o teorías son compartidas de forma general, entonces podemos decir que forman parte de la cultura de la comunidad. Esto José Manuel Sánchez Ron lo obvia y sigue empeñado en enfocarse en los individuos titulares de las teorías y los descubrimientos.
En algún momento de “Cincel, martillo y piedra” se dice que la historia de una actividad, sea esta la que sea, no se puede limitar a la historia de sus más distinguidos exponentes. Sin embargo, la sensación que me ha quedado al leer estos libros es justo lo contraria, lo que he llamado estilo páginas amarillas nos presenta una abrumadora e inalcanzable cohorte que configura a los científicos en un imaginario social distante y lleno de arrogancia. Algo que no contribuye nada en lo que creo que deben hacer y hacen la mayoría de los que hacen ciencia, nada menos que crear y atesorar conocimiento y luego darle un contexto en el marco de los problemas de la sociedad.
About the Author: Cesar Ullastres
2 Comments
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Una crítica bastante feroz. No conocía a Sánchez Ron, y no se me ha despertado el interés por leerlo.
Sí, un poco. Yo solo he leído un libro de él y no me encantó, pero para gustos… Quizás otros libros suyos estén mejor.