Salvador Macip analiza la situación actual de la pandemia

Hoy, en Dciencia, entrevistamos al doctor Salvador Macip, médico, investigador y escritor. Nacido en Blanes en 1970, es licenciado en Medicina y Cirugía y doctor en Genética Molecular y Fisiología Humana por la Universidad de Barcelona. Pasó nueve años en el hospital Mount Sinai de Nueva York, donde estudió el funcionamiento del sistema inmune y las infecciones. En esa época colaboró con los virólogos que descubrieron las bases genéticas de los virus de las pandemias de gripe de 1918 y 2009. Actualmente, el doctor Macip trabaja en el departamento de Biología Molecular y Celular de la Universidad de Leicester, en el Reino Unido. Su laboratorio investiga fundamentalmente los mecanismos moleculares del envejecimiento y el cáncer. Además, en su trabajo como divulgador ha escrito libros como “Las grandes plagas modernas”, editado en 2010 y reeditado este año con el nombre “Las grandes epidemias modernas”. Por todo ello es una voz autorizada para opinar sobre la actual pandemia de la Covid-19.

P. Tú vives en el Reino Unido, ¿cómo se está viviendo esta pandemia en este país?

R. La reacción de la gente es parecida en todas partes, pero en algunos sitios la proporción de irresponsables parece más alta. En general, creo que tanto en UK como en España (como seguramente en otros países) no se ha comunicado bien el papel que tenemos que hacer cada uno para contribuir a frenar la pandemia, y esto ha ayudado a llegar al punto que estamos. Hay la sensación de que se está exagerando, y una parte importante de la población está demasiado relajada, piensa que las normas no van para ellos. Además, nos culpamos los unos a los otros, que es lo más fácil. En UK, igual que en España, la idea es que como que el gobierno lo está haciendo fatal (que es cierto), se les pasa toda la responsabilidad.

 

P. A nivel internacional, ¿Cuál crees que es el país o región que mejor está afrontando la situación desde el punto de vista estrictamente científico? ¿Te crees los datos provenientes de China, son fiables?

R. Los datos han sido un problema des del principio. No sabemos cómo de exactos son, dependen mucho de la cantidad de tests que se hacen y son susceptibles a que los políticos los “maquillen”. No hay una norma universal para contar infectados y muertos, y habido países que han ido cambiando la forma de contarlos para que los números no fueran tan malos. En UK, por ejemplo, al principio no se contaban las muertes fuera de los hospitales, con lo que todas las victimas en las residencias de ancianos (que fueron bastantes) no salían en las listas. Después hay países como China o Rusia que no sabes qué datos te van a querer dar, históricamente han sido poco transparentes. Y, finalmente, los países que no tienen capacidad para hacer recuentos y estadísticas decentes porque tienen problemas estructurales importantes. Teniendo todo esto en cuenta, parece que quien lo ha llevado mejor, según unos datos publicados recientemente en The Lancet, han sido los países asiáticos (Corea, Hong Kong, Taiwan…), Nueva Zelanda y, en Europa, Finlandia. Pero ahora estamos de lleno en la segunda ola en muchos países y habrá que ver si continúan gestionándolo así de bien.

©Yolanda Porter

P. Hace unas semanas definiste este periodo como una “Fase Vigilancia” de, al menos, un año. ¿Cómo está siendo esta fase? ¿Esperabas la situación actual?

R. Creo que la mayoría de los expertos sabían que la pandemia evolucionaría así. Yo, sin ser virólogo ni epidemiólogo, pero habiendo escrito dos libros sobre el tema, tenía claro que esta pandemia se comportaría más o menos como todas: hasta que no haya inmunidad de grupo, va a seguir habiendo oleadas. Como el objetivo ha sido evitar los contagios masivos para que no hubiera una mortalidad elevada (la covid-19 mata diez veces más que la gripe estacional, lo que no es nada despreciable) y la saturación de los sistemas de salud, la inmunidad de grupo no se puede conseguir de manera espontánea: hace falta la vacuna. Eso quiere decir que hasta que no la tengamos, el riesgo de rebrotes es elevado, por eso hablábamos de “vigilancia” (que creo que es un concepto mucho más adecuado que “nueva normalidad”, que da una falsa sensación de haber superado lo peor). Es muy importante transmitir la idea de que estamos aún de lleno en la pandemia y de que este virus no se va solo. Las normas de precaución que se han dicho desde el principio son más importantes que nunca en esta fase, ya que no tenemos la protección del confinamiento. Esto parece que no ha quedado claro.

 

P. Sin confinamiento los rebrotes eran inevitables, pero en España se han disparado. ¿Esperabas que la Segunda Ola fuese así en nuestro país? ¿Se van a disparar los casos también en otros países?

R. No me lo esperaba al principio, porque después de ver lo bien que se había hecho el confinamiento (mucho mejor que en UK, por ejemplo) y lo bien que esto había controlado los contagios, pensaba que se continuaría en esa línea. Pero cuando el gobierno empezó a anunciar la desescalada, muchos vimos que el plan no era el adecuado y empezamos a alertar del riesgo que corríamos. Se estaba intentando ir demasiado rápido para poder salvar la temporada turística, no había las herramientas adecuadas (capacidad de hacer tests, rastreadores…), la comunicación era confusa y la gente salía del confinamiento con la mentalidad de recuperar el tiempo perdido. Era el cóctel ideal para que los rebrotes aparecieran antes de lo previsto, como así fue. Este problema lo han tenido otros países. Intentar recuperar la actividad y a la vez mantener unas normas de seguridad estrictas es muy difícil, y requiere un alto nivel de preparación y disciplina, algo que en muchos sitios falla. Veremos segundas olas en todas partes, seguramente, y algunas serán (o ya son) tan grandes como la primera.

 

P. ¿Qué medidas debemos tomar para volver a frenar la curva?

R. El objetivo es evitar es volver a confinar todo el país, como ha tenido que hacer Israel, pero este último recurso no se puede descartar. Antes quizás habría que reconfinar barrios, o ciudades o zonas. Esto es algo que en España cuesta (de hecho, no hay leyes que permitan hacerlo, a menos que haya estados de alarma, como hemos visto estas últimas semanas). En paralelo, hay que insistir en la comunicación, para que todo el mundo colabore. Y el punto clave, donde España ha fallado estrepitosamente, es la preparación, anticiparse a los problemas que sabes que van a venir (los expertos están avisando, aunque parece que no los escuchen). Esto significa poder hacer más PCR y más rápido y tener un número más alto de rastreadores. También significaba abrir los colegios con las máximas medidas de seguridad posible (grupos pequeños, más profesores, espacios más amplios, clases al exterior cuando se pueda…), algo que no se ha hecho porque durante el verano los políticos pensaban en otras cosas.

 

P. Más allá de las decisiones científicas o de las autoridades, ¿qué mensaje le trasladarías a los ciudadanos en esta situación? ¿En qué incidirías?

R. En que cada uno tiene que poner de su parte. No sirve de nada dar las culpas de todo al gobierno. Tenemos que ser sensatos y responsables, y conscientes de la gravedad de la situación. Han muerto ya más de un millón de personas por culpa de la covid-19 (de manera directa o indirecta) y parece que aún no hemos llegado al pico de la pandemia. Además, no tenemos ni idea de las complicaciones a largo plazo que tendrán los que han sobrevivido una versión grave. Es una enfermedad que no se puede tomar a la ligera.

 

P. Con los datos en la mano, ¿qué podemos esperar de 2021?

R. Es difícil hacer pronósticos cuando hay aún tantas incertezas. Puedo intentar predecir lo que creo que vendrá, pero las posibilidades de que pasen cosas inesperadas y los planes cambien son altas. Si todo va bien, tendremos una o más vacunas aprobadas en los próximos meses. Eso podría significar que empezaríamos el 2021 produciendo vacunas y vacunando los más pronto posible. El embudo aquí es la capacidad de producción y distribución, que variará según qué vacunas sean las que lleguen primero a la línea de meta (algunas son más fáciles de producir que otras). Algunos países tendrán dosis antes que otros (lógicamente, el país que acoge una de las vacunas es el que va a recibir las primeras, y los otros se van a tener que poner a la cola), e iremos vacunando a lo largo de todo el año. Con un poco de suerte, en algún momento del 2022 recuperaremos paulatinamente la normalidad. Lo que pase en España dependerá de en buena parte de los políticos. España no está desarrollando ninguna vacuna, con lo cual depende de las negociaciones. Por ejemplo, si la idea es conseguir dosis de la vacuna de Oxford a través de la comunidad europea, la cantidad que va a llegar a España en una primera tanda va a ser pequeña, porque los primeros 90 millones de dosis se los ha reservado UK, y el resto será para Europa a medida que se produzca. Y si la vacuna de Oxford resulta no ser buena, habrá que tener un plan B (y un plan C). UK ya ha reservado millones de dosis de otras vacunas, no sé si España ya ha pensado en ello. En todo caso, el 2021 no va a ser normal, seguiremos en plena pandemia, pero seguramente veremos la luz al final del túnel.

 

P. Todo el mundo mira ahora a los investigadores y a la ciencia (por razones obvias). ¿Crees que esta crisis servirá para mejorar vuestras condiciones y situación en la sociedad.

R. ¡Ojalá! Pero lo dudo. En un par de años ya se habrán olvidado de esto y los científicos seguiremos lamentando la falta de financiación y de condiciones laborales decentes. Es lo que suele pasar… ¡Espero equivocarme!

 

P. Personalmente el grupo de investigación que lideras trabaja en mecanismos moleculares relacionados con el envejecimiento. ¿Se ha visto afectado vuestro trabajo por la pandemia, habéis tenido que “cerrar”? ¿Cómo ha sido trabajar desde casa, no solo para ti, sino sobre todo para los predoctorales y postdocs que tienen que hacer los experimentos?

R. Sí, ha sido desastroso, porque hemos estado seis meses sin poder hacer experimentos. Solo los estudios de covid-19 tenían permiso para continuar. Hemos aprovechado para analizar datos y escribir los resultados, pero esto solo se puede hacer durante un tiempo. Al final siempre necesitas generar más datos. Nos hemos adaptado como hemos podido, intentando mantener contacto por videoconferencia, y creo que hemos sido tan productivos como ha sido posible. Por ejemplo, los estudiantes de doctorado han aprovechado para avanzar la escritura de la tesis. ¡Pero al final ya estaban hartos de tanto escribir! Algunos se presentaron voluntarios para hacer PCRs, porque en UK se abrieron grandes centros diagnósticos, básicamente llenos de científicos que no podían hacer otra cosa. Hace unas semanas que los laboratorios han empezado a abrir progresivamente, pero tenemos que mantener un máximo del 30% de ocupación del edificio, lo que nos obliga a hacer turnos y trabajar a horas raras para no coincidir todos. No es ideal. En mi caso, he descubierto que puedo hacer mi parte perfectamente desde casa, porque experimentos ya hago pocos. Las reuniones virtuales suelen ser más eficaces y rápidas que las presenciales, y me ahorro el tiempo perdido en atascos en hora punta.

 

P. Existe cierta polémica en ámbitos científicos porque gente que nunca ha trabajado en virología o inmunología se ha lanzado a solicitar proyectos relacionados con el SARS-Cov-2. ¿Cómo lo ves?

R. Ha sido por necesidad, porque estos días, si querías investigar y recibir fondos, tenías que trabajar en covid-19. Además, todos queríamos ayudar como fuera posible, la sensación de estar en casa sin poder hacer nada era desesperante. Nosotros nos lo planteamos, como todos, pero no el vínculo con lo que hacemos y la covid-19 era tenue, o por lo menos no ofrecía soluciones inmediatas, que es lo que hacía falta de verdad, así que lo descartamos. Por un lado, ha sido positivo, porque uniendo esfuerzos se avanza más, pero por otro, se ha generado mucho ruido, datos que quizás no son tan importantes y que incluso puede que no sean correctos, por lo rápido que se han publicado.

 

P. Durante la pandemia las revistas científicas han “abierto” el acceso a las publicaciones relacionadas con el SARS. Igualmente, en muchos casos se han aceptado preprints, artículos sin revisión por pares. Esto ha llevado en ocasiones a la publicación de artículos de dudosa calidad científica. ¿Qué opinión te merece?

R. Este ha sido un problema, sin duda. Las prisas no son buenas para la ciencia. Mantener el equilibrio entre la urgencia de la situación y la necesidad de comprobar los datos para que sean sólidos no es fácil. Se ha tenido que llegar a un compromiso, que tiene algo positivo, sin duda, pero también ha provocado situaciones poco habituales (y peligrosas) como que se tuviera que retirar un artículo importante en The Lancet, sobre los efectos de la cloroquina. Si hubiera habido los filtros habituales, eso no habría pasado.

 

P. Se habla mucho de la vacuna, pero mucho menos de los fármacos. ¿No sería una buena estrategia buscar también fármacos que ayudasen en la enfermedad? No solo antivirales, sino también medicamentos que ayuden a combatir la ya famosa tormenta de citoquinas o los otros efectos de la enfermedad como la trombosis

R. Ya se está haciendo, pero con los virus, encontrar fármacos útiles es difícil. Hay pocos antivirales conocidos, comparado con los antibióticos (que, además, suelen ser más eficaces). Creo que antes veremos la vacuna que un fármaco que realmente frene el SARS-CoV-2 de una manera efectiva, basándonos en la experiencia hasta ahora. Nada de lo que se ha probado tiene un efecto importante, tendríamos que diseñar uno nuevo, y esto lleva tiempo. Otra cosa es que encontremos fármacos que reduzcan los síntomas graves, como los anticoagulantes o los antiinflamatorios, que parece que son efectivos, pero esto no parará la pandemia, solo reducirá la mortalidad (¡que ya es mucho!). Son parches (muy necesarios, eso sí) para ganar tiempo hasta que encontremos la manera de evitar que la gente se contagie (la vacuna) o de evitar que el virus se reproduzca en el cuerpo (un antiviral). Lo segundo pienso que es poco probable, pero ¿quién sabe?

 

P. El confinamiento. ¿Es una herramienta realmente eficaz?

R. Se ha demostrado que sí: los países que se confinaron antes y más severamente son los que controlaron mejor la curva de contagios del primer brote. Lo que pasa es que cuando se acaba el confinamiento, los casos vuelven a subir inmediatamente. Esto lo avisaron muchos expertos, pero en España parece que no se tuvo en cuenta, por motivos que no entiendo, porque era lógico que iba a pasar. El problema es no puedes estar confinado dos años, hasta que todo el mundo esté vacunado, que es lo que funcionaría. Sobre el papel, esta sería la manera más eficaz de frenar la pandemia, pero no es viable. Por eso el confinamiento se deja como último recurso, sólo para cuando hay que frenar cuanto antes la subida descontrolada de casos.

 

P. Todos los años mueren 1,5 millones de personas (250.000 niños) de tuberculosis. Eso por no hablar de los otros “jinetes del apocalipsis” que mencionas en tu libro, la malaria, el SIDA y la gripe. Sin embargo, a esas enfermedades nos hemos acostumbrado y no generan alarma ni estas respuestas políticas. Es políticamente incorrecto decirlo, pero ¿puede ser porque las otras afectan mayoritariamente al tercer mundo y el covid nos está afectando a los occidentales?

R. Esta es la base del problema, efectivamente. La covid-19 está en boca de todos y recibe la máxima atención mediática, social, económica y científica porque ha paralizado el mundo occidental. El resto de las enfermedades infecciosas no nos preocupan tanto. El ejemplo más claro es el sida. Cada año mueren unas 750.000 personas de sida, la gran mayoría en países en desarrollo. En el resto del mundo se tiene la idea que ya no es un problema, porque hay fármacos que la controlan y evitan la muerte. Si todo el dinero y esfuerzos que se ha invertido en la vacuna de la covid-19 se hubiera destinado a la del sida, ya tendríamos una y podríamos frenar la pandemia de una vez por todas. Pero no es una prioridad para los países que tienen fondos suficientes para invertir en ello. Y no hablemos ya de enfermedades geográficamente limitadas, que sólo se ven en países en desarrollo, como la malaria, que mata 500.000 personas al año. De esas ni siquiera hablamos.

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