Los libros de José Manuel (II)

En “El siglo de la Ciencia”, publicado por Taurus en el año 2000, José Manuel Sánchez Ron sostiene la teoría de que es necesario conocer a cada uno que ha descubierto teoría, modelos y cosas de la naturaleza para entender lo que significan hechos muy relevantes. De nuevo, abunda en que la Historia de la ciencia es la historia de sus “grandes hombres”. Aquí el siempre correcto José Manuel, fiel a su estilo, cita a 605, y se olvida de todo y todos los que estuvieron detrás de los referenciados. Precisamente en el Siglo XX en el que la ciencia se convirtió en una gran industria y el desarrollo de cada teoría y descubrimiento implicaba la participación de muchos. Aunque, como el mismo dice, “el avance científico es complejo y es posible no solo gracias a los fondos públicos, y la dedicación de sus profesionales, también de lo privado e industrial”, a lo que añade, como algo subalterno, a la tecnología. No entiendo muy bien el porqué del añadido.

Hay mucha investigación pública y privada detrás de la tecnología. De hecho, como también apunta, “las relaciones entre ciencia y tecnología y sociedad son complejas y las deudas son mutuas. Especialmente en el siglo XX la ciencia debe mucho a la tecnología y a la sociedad”. Es esa una idea que ha conducido, como consecuencia inevitable a una aparentemente nítida frontera entre ciencia y tecnología y, consecuentemente, a una relación de dependencia. Y no es así, en el Siglo XX la tecnología y la ciencia se entrelazan de tal modo que ya no pueden crecer la una sin la otra. Pero, aquí el autor, como en otras ocasiones, se ha sentido exclusivamente atraído por la nobleza de sus “grandes hombres” sin meterse en la profunda transformación que, en mi opinión, se produjo en la ciencia en ese siglo.

Redactado con la implacable objetividad de una cámara fotográfica, el autor de El Siglo de la Ciencia no interpreta prácticamente nada. Aunque el historiador debe conocer los hechos, algo que Sánchez Ron demuestra con creces, reitera lo que decía el también físico Paul Dirac, si bien es cierto que “Las ideas verdaderamente buenas las tiene una persona”, también lo es que todos los hechos se deben a un conjunto de circunstancias. Para mí, hubiera sido más sugerente que el autor, con su análisis, facilitara la comprensión de las mentalidades de aquellos cuyas acciones crearon los acontecimientos de la historia … ¿Por qué Einstein escribió la carta a Roosevelt convenciéndole para embarcarse en la fabricación de la bomba atómica? ¿Cuál es la relación entre el desarrollo científico y las necesidades de la industria? ¿Participó la industria en la definición de lo que se definió como desarrollo? ¿Fueron las conversaciones de algunos científicos con influencia lo que determinó que el llamado modelo lineal de la innovación fuera la manera de hacer ciencia desde entonces?

José Manuel, un gran experto en la práctica de nadar y guardar la ropa, refleja en el libro que la idea de que la tecnología no es sino ciencia aplicada, que primero está la ciencia básica, pura y luego viene su concreción en alguna aplicación tecnológica, una idea que se encuentra muy extendida especialmente entre los científicos. Si se argumenta desde ese planteamiento, una nación que quiere ser más poderosa no solo cultural sino también industrial, económica y políticamente, deberá poseer, por encima de cualquier otra consideración, una buena capacidad científica básica, que más tarde podrá ser explotada o no, todo dependerá de la fortaleza de su industria. A mí me parece que esto es así, pero se queda incompleto. No se puede ocultar que, en el Siglo XX, las dos grandes guerras financiaron y catalizaron el desarrollo de la ciencia en ese periodo. La I Guerra Mundial impulso la química y la II la física, en la primera se inventó la guerra química y en la segunda la bomba atómica.

A veces, la producción de nuevo conocimiento científico conduce, o puede conducir, a la innovación y al desarrollo tecnológico y con ello a la creación de riqueza. Para acceder a esa riqueza es necesario vencer costumbres y prejuicios, firmemente arraigados en los modos de entender la realidad, en especial, la realidad tal y como la perciben los investigadores. En efecto, a esto que apunta Sánchez Ron en su libro El poder de la Ciencia yo añadiría que unos cuantos grandes hombres no crean una ciencia, deben seguirle otros que continúen la tarea y estos deben ser críticos con los logros de sus maestros pues, de lo contrario, el conocimiento degenerará en dogma y se acabó el proceso. La prueba de una ciencia auténtica no es si algunos hombres geniales han contestado ciertas preguntas, hasta entonces misterios de la naturaleza, sino si hombres de menos talento puedan aprender sus métodos para divulgarlos y descubrir más.

El poder de la ciencia: Historia social, política y económica de la ciencia de los Siglos XIX y XX, es un libro que continua con lo que se publicó por primera vez en 1992 en Alianza Editorial y se ceñía al Siglo XX, las 400 páginas de entonces se convirtieron en más de 1000 en la edición que incluía el Siglo XIX y que por primera vez publica en Critica en 2007 y por segunda en 2022. Como ya nos tiene acostumbrados cada nuevo libro recoge el anterior íntegramente, y lo aumenta con los avances más recientes. El libro es, de nuevo, un abrumador ensayo en el que el lector se ve arrollado por la ingente cantidad de referencias, fechas, autores y anécdotas que contiene. Entonces y ahora, José Manuel se debate entre la tesis por la que el conocimiento proporciona al hombre poder para poner la naturaleza a su servicio y la concepción alemana de principios del XX, que todavía tanto sigue gustando, y que defiende que la ciencia no es algo universal y humano, sino un servicio al Estado, por lo que uno de los ejes de actuación de muchos científicos ha de ser la política. Ni entonces, ni ahora toma partido por ninguna de las dos.

El poder de la ciencia me parece un título desafortunado. Personalmente creo que los científicos que saben ya tienen autoridad. Es posible que haya científicos que les guste el poder y, por lo que conozco, posiblemente más que a otros profesionales. Como hace el propio Sánchez Ron citando a la revista TIME de diciembre de 1999 en la que se afirma en su editorial que “es difícil comparar la influencia de los políticos con la de los científicos. Sin embargo, nos damos cuenta de que existen algunas épocas que fueron definidas especialmente por sus políticas, otras por su cultura, y otras por sus avances científicos”. De lo que no cabe duda es de que el conocimiento que han generado los profesionales de la ciencia en estos dos siglos que se relatan en el libro ha sido más que notable.

En 1929 la teoría de la relatividad se convirtió en imagen cuando fue expuesta en los escaparates de los almacenes Seldfridges de Londres a sabiendas que ningún paseante o comprador, o prácticamente nadie, iba a entender nada de aquello que se exponía, a la vez que le atraía la belleza de la fórmula. A mí me asombra que después de leer el libro varias veces sea esto lo que más se me haya quedado, y también un regusto amargo al rancio sabor del cientifismo: “La ciencia es la medida de todas las cosas”, “la ciencia es Dios”, “los científicos se han convertido en los portadores de la antorcha del descubrimiento”, son frases que hoy todavía se oyen.  Parece que, en esos dos siglos, la ciencia se hace con la exclusiva del saber las causas del cambio y de movimiento, del origen de los seres vivos, del funcionamiento de la mente y de los modos de razonamiento, parece que en el futuro veremos como esto mismo podría ocurrir en otros muchos asuntos, hasta que no quede ningún tema de verdadera importancia que no esté en manos de la ciencia. No creo que esto sea bueno, ni que aporte nada al desarrollo de la ciencia. Todo lo contrario. El pasado está lleno de sabios que nos abruman con sus inventos y nos dejan la sensación de que nunca podremos llegar a su altura y no es así. Si el pasado amedrenta solo conseguiremos reacciones como las que ahora tanto abundan en contra de la ciencia: la negación, la oposición y la falsedad.

La ciencia se hace con más ciencia, bajo dinámicas evolutivas donde lo nuevo se mezcla con lo ya cultivado, todos los cambios fluyen sobre las losas que hacen su cauce y permiten que lo nuevo sea reconocido como tal y encuentre su lugar en el almacén de teorías, modelos, prácticas o artefactos que quedan a disposición de los que quieran para seguir construyendo a partir de ellas.

No cabe duda de que José Manuel Sánchez Ron ha trabajado mucho. Ha escrito mucho más que los libros que aquí he reseñado, y que me parecen los más representativos, porque de hecho incluyen a todos los demás. Especialmente relevantes sus colaboraciones con Miguel Artola y todo lo que ha escrito relacionado con la física, su especialidad. Excelentes sus biografías de Newton, Einstein y Blas Cabrera. Delicioso su acercamiento a la belleza de la ciencia y su fascinación por la caligrafía y la simetría. Todo muy de agradecer, pero a mí ya no me aporta nada.

Cáncer digestivo
Premio Nobel de Medicina 2024: los microARNs

About the Author: Cesar Ullastres

Economista que ha trabajado durante más de 45 años como directivo en empresas e instituciones. Ha publicado libros y artículos sobre política científica, innovación, infotecnología y biotecnología. Ha sido profesor, en las áreas de estrategia empresarial, innovación y creación de empresas, en diferentes universidades y escuelas de negocio.

¡Compartir artículo!

Leave A Comment

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.