El impacto de la actividad intelectual en la enfermedad de Huntington
Hace poco publicamos un estudio en la revista “Neuropsychologia” en el que encontramos que actividades intelectuales como leer, jugar al ajedrez o aprender un nuevo idioma podrían ayudar a enlentecer el proceso de neurodegeneración en la enfermedad de Huntington.
Estos resultados van en la línea de otros estudios llevados a cabo en otras enfermedades degenerativas como el alzhéimer o el párkinson. Estas enfermedades tienen en común que en todas ellas las neuronas del cerebro empiezan a funcionar incorrectamente y van muriendo poco a poco, lo que hace que los síntomas empeoren progresivamente. Sin embargo, las zonas del cerebro que degeneran en cada caso son diferentes, por lo que los síntomas varían entre unas enfermedades y otras.
La enfermedad de Huntington
En el caso de la enfermedad de Huntington, los pacientes tienen problemas para moverse, pensar y sentir emociones. El síntoma más característico es la corea, que consiste en movimientos involuntarios de la cara, brazos y piernas, lo que aumenta el riesgo de caída y dificulta actividades de la vida diaria como conducir, cocinar e incluso hablar. De hecho, la enfermedad de Huntington está catalogada como un trastorno del movimiento, ya que los movimientos involuntarios son una de las características más evidentes, pero hoy se sabe que muchos pacientes experimentan problemas cognitivos y emocionales antes de que comiencen los signos motores, que suelen aparecer alrededor de los 40 años.
Algo que hace única a la enfermedad de Huntington es que conocemos cuál es el gen responsable. En 1993 los investigadores encontraron que un cambio en un gen del cromosoma 4 causaba la enfermedad. Dentro de ese gen, que todos tenemos, existe una región del ADN que consiste en una repetición de las “letras” CAG. El número exacto de repeticiones varía de una persona a otra, pero sabemos que cuando alguien tiene más de 40 repeticiones, sufrirá la enfermedad de Huntington. Esto se cree que se debe a que un número excesivo de repeticiones da lugar a un fragmento demasiado largo en la proteína fabricada con estas instrucciones del código genético, lo que hace que la proteína no pueda funcionar correctamente y las neuronas acaben muriendo.
El gen de Huntington es un gen dominante. Es decir, que si se hereda una copia del gen mutado, la enfermedad se expresará. No ocurre como en otras enfermedades causadas por genes recesivos, en las que un individuo puede ser portador del gen pero no manifestar síntomas si no tiene las dos copias mutadas. Esto significa que cada hijo de una persona con Huntington tiene un 50% de probabilidades de padecer la enfermedad.
Las personas que vienen de una familia con enfermedad de Huntington pueden realizarse un test genético si así lo desean para salir de dudas. Este es un proceso complicado para el individuo que requiere de acompañamiento psicológico para evaluar las consecuencias de conocer el resultado, ya que el diagnóstico de una enfermedad incurable puede ocasionar gran angustia.
Algunas personas deciden realizarse el test genético y, si el resultado es positivo (es decir, si saben que padecerán Huntington), pueden voluntariamente participar en estudios de investigación cuyo objetivo es entender mejor la enfermedad. Esto nos sitúa en ventaja respecto a otras enfermedades neurodegenerativas, en las que no es posible predecir si una persona la padecerá.
¿Pero por qué es importante estudiar la enfermedad en alguien que todavía no tiene síntomas? Numerosos estudios han demostrado que las neuronas empiezan a funcionar incorrectamente y a morir más de 20 años antes de que la enfermedad se manifieste. Por lo tanto, si estudiamos el cerebro de personas presintomáticas, podemos investigar el proceso neurodegenerativo desde las primeras fases para intentar entender mejor qué causa que las neuronas se vuelvan defectuosas. Además, las posibles intervenciones para curar o retrasar los síntomas de la enfermedad tienen más probabilidades de resultar efectivas en estas primeras fases, antes de que se haya producido una degeneración importante en el cerebro.
Actividad intelectual
Estudios previos en demencia y envejecimiento han mostrado en repetidas ocasiones que un estilo de vida intelectualmente activo está asociado con un menor riesgo de desarrollar problemas cognitivos ¿Pero qué efecto puede tener la actividad intelectual en una enfermedad genética como el Huntington? La realidad es que, aunque las probabilidades de sufrir la enfermedad no disminuyan, la aparición de los síntomas sí puede retrasarse.
Se sabe que un mayor número de repeticiones CAG está asociado con un inicio de la enfermedad más temprano. Sin embargo, el componente genético sólo explicaría alrededor de un 60% de la variabilidad. Por lo tanto, el 40% restante podría deberse a efectos ambientales, incluyendo el estilo de vida.
En este estudio, en nuestro grupo en la Unidad de Cognición y Plasticidad Cerebral de la Universidad de Barcelona, estábamos interesados en investigar el efecto del estilo de vida intelectual en la enfermedad de Huntington, tanto en los síntomas como en la función y estructura del cerebro.
Para ello utilizamos un cuestionario con el que cuantificamos el nivel de actividad intelectual a lo largo de la vida de los pacientes, teniendo en cuenta los años de educación, tipo de ocupación, número de idiomas que hablaban, actividad lectora, educación musical y frecuencia con la que jugaban a juegos intelectuales como el ajedrez.
Para evaluar el efecto de este tipo de actividades en los síntomas, empleamos dos tipos de medidas. En primer lugar, el desempeño en tests neuropsicológicos que evaluaban diferentes funciones cognitivas. En segundo lugar, la diferencia entre la edad a la que aparecieron los primeros signos de la enfermedad y la edad predicha utilizando la información genética del número de repeticiones CAG.
Además, los pacientes fueron escaneados para obtener imágenes por resonancia magnética de su cerebro y poder así cuantificar el volumen y actividad cerebral.
Resultados y conclusiones
Lo que encontramos fue que los pacientes con un estilo de vida intelectualmente más activo obtenían mejores puntuaciones en las pruebas cognitivas y mostraban un retraso en la aparición de los primeros síntomas. Además, los pacientes con mayor actividad intelectual mostraron también una menor pérdida de volumen en el núcleo estriado, la principal estructura cerebral afectada en la enfermedad de Huntington.
También encontramos que el nivel de actividad intelectual modulaba la comunicación entre diferentes regiones pertenecientes a una red cerebral involucrada en planificar y conseguir objetivos.
Por lo tanto, nuestros resultados sugieren que mantener un estilo de vida cognitivamente activo puede ser beneficioso también en enfermedades neurodegenerativas genéticas como la enfermedad de Huntington, ayudando a enlentecer el proceso neurodegenerativo.
Es importante preguntarse qué implicaciones tienen estos resultados para la vida de los pacientes de Huntington. Nuestro estudio apunta a que las intervenciones cognitivas podrían ser útiles para retrasar la aparición de los primeros síntomas en personas en fase presintomática y enlentecer el avance de la enfermedad en pacientes que ya han comenzado a manifestar signos. Sin embargo, no debemos olvidar que otros factores ambientales como la dieta, el nivel de actividad física o el consumo de drogas, podrían tener también una influencia importante. Por lo tanto, hace falta más investigación para diseñar intervenciones que, junto a la medicación, tengan el mayor impacto posible.
Mientras tanto, podemos tomar estas investigaciones como un aliciente para llevar un estilo de vida saludable y activo, ya que mantener un cerebro sano es una prioridad si queremos envejecer mejor.
Artículo original: Garcia-Gorro C, Garau-Rolandi M, Escrichs A, Rodriguez-Dechicha N, Vaquer I, Subira S, Calopa M, Martinez-Horta S, JesusPerez-Perez,Kulisevsky J, Muñoz E, Santacruz P, Ruiz-Idiago J, Mareca C, de Diego-Balague R, Camara E. “An active cognitive lifestyle as a potential neuroprotective factor in Huntington’s disease”. Neuropsychologia 122, pp. 116-124, 2019
About the Author: Clara García Gorro
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